People walk in a complicated circular maze No hay nada más cierto que la duda. Aunque a ratos nos asalta la ansiedad, hemos medio aceptado ya que nuestras nuevas certezas son la incertidumbre, la complejidad y el conflicto. En la política y en la vida. En el ejercicio periódico -y saludable- de observar la realidad y extraer de ella conclusiones, aprendizajes, hemos ido desgranando año tras año cómo iban virando los núcleos de toma de decisión y cómo tenían que virar también con ello las estrategias de los grupos de interés que querían influir legítimamente en las decisiones públicas. En esa observación casi de prismático hemos sido testigo de la ruptura con fragmentos entre la política y el poder¹, de una transformación del poder oligárquico en micropoderes² y, sin trascendencias, hemos sido testigo del fin de las mayorías absolutas, de una vuelta al parlamentarismo -menos inglés, eso sí, y más infotaining– en detrimento del Ejecutivo y de un intento de desplazamiento del eje derecha-izquierda por el de nuevo-viejo. Y hemos sido testigos de esto último sin cansarnos demasiado porque todo ha ocurrido, aparentemente, muy rápido. En España, por ejemplo, bastaron tres elecciones -muy juntas entre sí- para que así fuera.

Entre las principales repercusiones de todo este movimiento se encuentra el descrédito de la política y la desconfianza a las instituciones que una parte muy significativa de los ciudadanos y de las empresas ha desarrollado. En el ámbito empresarial, sobre todo en sectores como el de la economía digital, esa desconfianza viene dada por tiempos de espera que trascienden el normal-lento de un proceso legislativo al uso, necesario para definir las reglas del juego de los operadores en un territorio. De forma que se condena a las empresas a operar en busca y captura (asumiendo el riesgo de operar sin reglas del juego o con reglas difusas), amenazadas (asistiendo impotentes a la llegada de nuevos actores que compiten asimétricamente en su mismo sector) o a morir (por inanición). Vivimos en sociedades alegales, porque para una parte muy sustancial de lo que nos ocurre no hay regulación creada, y, lo que es peor, tampoco hay visión política.

Peoples raised fist air fighting and sunlight effect, Competition, teamwork concept, background space for text.Hemos hecho del arte de ir tirando (muddling through) el eje racional de la decisión pública de las democracias modernas. Y ni tan mal, dirán muchos. Lo que ocurre es que, en el entretanto, estamos cambiando tan rápido que ya ni nos conocemos³ y el pequeño Frankenstein que somos como sociedad crece desigual, contradictorio y amorfo. Las democracias modernas viven un momento de cierto paroxismo y en el entretanto el sector privado empuja en distintas direcciones, en parte aprovechando la dejación y en parte por necesidad, porque la opción de esperar se hace ya insostenible. Si la España 2018 se antoja (pre) electoral y seguirá así hasta 2020, ¿qué intentos veremos de contrarrestar esa incertidumbre, complejidad y conflicto de las que hablábamos?

Aquí, algunas de las claves en marcha:

  1. No solo incidir en política, sino ocupar un espacio público. Si los poderes públicos no son capaces de crear entornos que ofrezcan respuestas a los retos que llegan, serán las empresas y la sociedad civil organizada quienes hayan de hacerlo, diseñando desde lo privado los contornos del futuro gobierno de las sociedades. En ello, ya están trabajando muchas compañías y Silicon Valley se lo ha impuesto como casi una misión. Lecturas como The Know-It-Alls. The Rise of Silicon Valley as a Political Powerhouse and Social Wrecking Ball’ de Noam Cohen o «La Siliconización del Mundo« de Éric Sadin o el best-seller de Yuval Nöah Harari «Homo Deus« apuntan en esa dirección y es interesante seguirla, por escalofriante que pueda parecer.
  2. La autoregulación. En línea con lo anterior, hay sectores pendientes de regulación en alguno de sus aspectos cuyos miembros optarán por unirse con sus iguales (competidores) para definir juntos el marco de relación y las reglas del juego básicas de las que se van a dotar. Siempre es más sencillo para las administraciones públicas regular desde un consenso ya creado (¿cuál es la propuesta del sector en su conjunto?), que tenerlo que buscar. Esta vertiente tiene mucho del lobbying jurídico tradicional y rescata una idea muy medieval, la de los gremios. Caminamos hacia el siglo de oro de la autoregulación, única alternativa, para muchos, de reducir la incertidumbre y encontrar alternativas que ofrezcan cierta seguridad jurídica.
  3. Expertología. A la confusión y complejidad reinante solo se le puede responder desde la investigación, el conocimiento y el pensamiento adaptado. Las empresas que quieran posicionarse cerca de lo público, tienen la oportunidad de invertir en sus propios observatorios, solos o a través de alianzas, obligarse a levantar la mirada más allá del plan de negocio, de la legislatura, y de los intereses del sector en el corto plazo, y trabajar, no solo en nuevas respuestas, sino, y, sobre todo, en las nuevas preguntas.
  4. Multidisciplinariedad. La complejidad se combate con conocimiento e investigación, decíamos, pero también con una visión 360º de la realidad, en la que todos los puntos de vista y todas las ciencias quepan. La transversalidad abre una oportunidad a las empresas de diferenciarse en su propuesta política a través de un análisis multidisciplinar del problema que arroje una respuesta única, disruptiva e integral. Es el momento de los equipos multidisciplinares o, de mínimos, el de la red multidisciplinar.
  5. Diálogo disonante. Asumido que consumimos, aprendemos, nos informamos y nos relacionamos de acuerdo con nuestros valores y marcos, buscando consonancia con nuestros principios y creencias, y reduciendo contradicciones4, las empresas tienen la oportunidad de romper ese filtro burbuja del que hablaba Pariser y rodearse de puntos de vista y análisis disonantes, que ayuden a avanzar disruptivamente. Es el momento de las grandes alianzas entre distintos, de los mestizajes, de invitar a la misma mesa a contrarios, dejarles hablar, escuchar activamente y, después, tomar decisiones. Llevar la contraria con criterio, estará bien visto.

Cuidado con el gobierno de los mercados, sí. Pero, también, atentos al mismo.

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¹Zygmunt Bauman: ‘Retrotopía’. 2017.

² Moisé Naim: ‘El fin del poder’. 2014.

³Marta García Aller: ‘El fin del mundo tal y como lo conocemos’. Planeta. 2017.

4Eri Pariser: ‘El filtro burbuja’. 2011.

Escuchaba en la radio a un actor al que le tocaba función en Nochevieja. Decía que él no era mucho de pensar pero que había una fuerza extraña que le llevaba en una noche así a hacer balance y a extraer aprendizajes del año que termina. Y tal cual, tal cual, se lo trasladaría a su público, al que invitará a encapsularse por un instante y reflexionar sobre qué han sido y cómo les ha cambiado este 2015. Al escucharle me di cuenta de que absorta en este colapso narrativo en que me hallo, y mira que lo advirtió Douglass Rushkoff, me he topado con el final del año sin encapsular ni siquiera un poco.

Así que a la desesperada, con más ausencias que gazapos, y todo lo contrario, resumo lo que para mí han sido aprendizajes de un 2015 de “muy lobby y mucho lobby”, que diría respecto a los españoles Rajoy. Esto sería un resumen de lo que por forma, fondo o intensidad hemos hecho nuevo durante este año los consultores de asuntos públicos y lobbying:

  1. No tanto anticipar cuanto contextualizar y ayudar a comprender. Tan perdidos estábamos en lo volátil, sí. Pero lo cierto es que durante este año el trabajo de los analistas ha sido fundamentalmente de comprensión del contexto y de las consecuencias del mismo que, en forma de decisión pública, podría derivarse.

Esto, en gran parte también, porque la recuperación de la crisis (para que nadie se enfade, hablo en términos macroeconómicos) ha traído consigo el interés por nuestro país de empresas internacionales a las que, entre elecciones, partidos emergentes, imputaciones divergentes y el tan cacareado ocaso del bipartidismo, casi les da un Encarna de noche.

Después de un año en el que no hemos parado de votar, hemos llegado a la víspera del 20D con un índice de indecisión y/o de decisión silenciada por bochorno que no conocíamos y que hacía más difícil si cabe la tarea de anticipar escenarios de futuro. Muchos clientes ni nos pedían tanto, les bastaba una respuesta a la pregunta de “pero, ¿y esto/este ahora?”.

  1. No tanto lobbying parlamentario como electoral o, si prefieres, programático. Y es que, aunque los parlamentos estaban cerrados, hemos tenido programas electorales para aburrir y en más de uno era interesante tratar de incidir. Aclaro que hablar de incidencia electoral es un eufemismo, sí, pero que solo enuncia un diálogo e intercambio de información entre los partidos políticos aspirantes y los representantes de los sectores potencialmente aspirados. La idea era ser escuchados y, en el mejor de los casos, que los intereses de esos sectores fueran reflejados en el programa electoral del partido que más posibilidades tuviera de gobernar. Hay algo especial en eso de que tu sector forme parte de la agenda política.
  2. Del acompañamiento al lobbying de sparring. La llegada de los partidos emergentes trajo consigo muchas incertidumbres de todo tipo, pero había una sustancial: “¿cómo les tratamos?”. Opsss. De pronto era como si los partidos emergentes, principalmente Podemos, fueran marcianos y la misión de los consultores de asuntos públicos fuera la de entablar un primer diálogo, previo al que la empresa o los sectores tendrían que llevar a cabo. La máxima era “si alguien tiene que ser sacrificado que sea el consultor pero no la marca”. Y así nos vimos portando pañuelos blancos en señal de paz. La sorpresa vino cuando nos dimos cuenta, en un lado y otros, de que éramos más normales de lo que el prejuicio indicaba y nos íbamos a necesitar más de lo que estábamos dispuestos a reconocernos. Lo más brutal fue que incluso los consultores, como raza aparte, les parecimos casi normales. No lo esperaba.
  3. Pedagogía del discurso. Ora electoral, ora institucional, ora políticamente correcto. Ha sido el año de los discursos. Quizá no tanto, pero si no queda así enmarcado, te pierdo, que solo llevo cuatro aprendizajes.

Con tantas elecciones en el mismo año y con los aspirantes simultaneando su role de candidato y el de cargo electo hemos podido ver en purito directo la diferencia entre discurso electoral (“Llevaremos a la cumbre la hortaliza y la legumbre”, Ibañez dixit), discurso institucional (“estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros”, Groucho Marx dixit) y discurso políticamente correcto (“en este punto la intervención en el territorio obliga al reajuste y a la búsqueda de la denominada política de acción”, ejemplo dixit). Y ahí también ha habido que hacer un trabajo de pedagogía. Ora lo perdonas y callas, ora lo debates, ora te encoges de hombros.

  1. Del lobbying magro al musculado. Venimos de una época de simplificación. Cuanto más sencillo lo contaras, mejor. Cuántos menos temas en agenda, mejor. Cuántas menos personas en la sala de reuniones, mejor. Cuantos menos folios de documentación, mejor. Y así ad eternum. La cosa es que las elecciones y las conformaciones de gobierno nos han brindado la oportunidad de trabajar más sobre los climas, de opinión que no los atmosféricos –aunque si se complican más las conformaciones de algunos gobiernos, igual también. Y así hemos podido trabajar de verdad y con más margen en la competición, en la construcción de redes en las que varios, diferentes y complementarios, unen fuerzas y conocimientos y trabajan, puntualmente pero en un plazo medio, en una misma dirección. Las mejores alianzas las hemos empezado a ver en este año.
  2. Del lobbying político al técnico. Con tanto político en campaña los técnicos han ganado enteros en el interés de los lobbies que, feroces y no, se han dado cuenta de que la metáfora del agua de Bruce Lee era buena y que, si no puedes ser agua, al menos acércate a ella, my friend. Con tanto gobierno inestable, hemos re-aprendido que la permanencia tiene mucho valor y que los técnicos, especialmente cuando la legislatura finaliza, son clave porque ayudan a preparar el terreno (o el recuerdo) de cara a una nueva legislatura. El final del eclipse del poder formal ha traído este tipo de re-descubrimientos. Esto es muy nuevo príncipe, lo sé, pero funciona.
  3. Del lobbying de los 100 primeros días de Gobierno al lobbying de gobierno funciones. Y qué le vamos a hacer. Los gobiernos en funciones han pasado de ser prácticamente ignorados por los lobbies a ser una opción de tránsito “ni tan mala”. Los consejos de gobierno se siguen celebrando y de ellos se derivan acuerdos, no muchos ni muy osados, pero acuerdos sobre asuntos públicos, al fin y al cabo. Volveremos a pelear por una miaja de atención en los primeros 100 días de gobierno pero, entre tanto, funcionemos en funciones.

Seguro que publicado el texto surgen otros muchos ejemplos, pero sirvan estos como ejercicio de encapsulamiento y reflexión sobre este año que acaba y, sobre todo, como guante hacia el nuevo año. Como dice José Mota, 2016, no digo que me lo mejores, iguálamelo.

Mientras veíamos el domingo 20D cómo el porcentaje de voto escrutado se acercaba al 100%, muchos de los que nos dedicamos a esto de la consultoría de asuntos públicos y lobby pensábamos: y esto, ¿cómo se lo cuento a mi cliente? Superada la pereza de pensarnos navegando en la incertidumbre hasta nueva orden, toca identificar el rol que en este escenario tendrán las empresas y la sociedad civil en su conjunto.

Parece que estaremos en una legislatura corta, sí, muchos creen que incluso non-nata. Pero entre que intentamos y no aprobar la investidura y constituir o no gobierno, sumo tres ideas sobre el lobbying de los próximos meses:

  1. Edad de Oro de los parlamentos autonómicos. Quién nos lo iba a decir, pero sí, a las puertas de una nueva enmienda, total o parcial, a nuestro estado autonómico, viviremos meses de trabajo intensivo allí donde llegan sus competencias y un poquito más allá. Es el momento de poner a competir a autonomías entre sí buscando la política pionera en cada uno de los ámbitos en los que tienen competencias. Es el momento de reivindicar el papel vertebrador y creativo de los parlamentos y gobiernos autonómicos. Nunca se habrá visto tanto mercado interior de lobistas (llámalo ONG, asociación, plataforma, empresa, patronal, sindicato o país).
  2. La empresa con discurso de Estado. Lo hemos visto en la primera reacción tras las elecciones generales del Consejo Empresarial para la Competitividad y lo seguiremos viendo. El adalid de la responsabilidad y el interés general será la empresa. No es nuevo, pero será más evidente y esa pugna tendrá también que ver con encontrar oportunidades en el propio azar. Con cómo lo logremos gestionar. Innerarity lo señala al citar a Niezsche en La política en tiempos de indignación y es que es nuestra responsabilidad es la de estar a la altura del azar.
  3. Un lobby más creativo centrado en los estados de opinión. Más allá de los despachos del Congreso o de los ministerios, que seguirán vacíos de poder propositivo durante un tiempo, hay un lobby que trabajará en la calle, creando climas de opinión y contextos, compitiendo por la atención política y construyendo realidades –al menos transitorias- desde lo privado. En los próximos meses habrá espacio para pocos issues. Así que la economía de la atención será mediática pero será, y mucho, de agenda política.

Y, entre medias, anticipación para entender cómo se mueve y hacia dónde un país que, más allá de la democracia de partidos, aspira, o debería hacerlo, a ser un actor relevante en la esfera internacional. Así que no, no cerramos por incertidumbre.