13 Jabalíes. El relato de una tragedia que no lo fue

En medio del Mundial de Fútbol, un pequeño equipo del norte de Tailandia formado por niños que apenas llegan a la adolescencia, ha conseguido tener al mundo en vilo, y no por sus millonarios fichajes o sus méritos futbolísticos. Los 12 jabalíes, como se conoce al equipo de Mae Sai, una localidad de las montañas de la provincia de Chiang Rai, y su entrenador Ek, han permitido a Tailandia dar una lección al resto del mundo en el manejo de una crisis, de la que sin duda han salido fortalecidos.
No hay más que someterlo al juicio de Google para darse cuenta de la reputación de la marca Tailandia, o Thailand, para ser más concretos. Casi en su totalidad el buscador sólo recoge entradas referidas al rescate de los 13 Jabalíes y exclusivamente una referencia al país a través de Wikipedia. Sólo accediendo a la wiki podemos enterarnos de la reciente y convulsa historia política tailandesa. Nada más. Todo un signo del éxito mediático de la operación de rescate.
La humanidad entera (hombres y mujeres de buena fe), como ya ocurriera con los mineros chilenos, se ha ido uniendo al rescate epopéyico de los adolescentes condenados a sentencia de muerte por mor de un Monzón que amenazaba, inexorable, con volver a inundar la cueva condenando a los jóvenes, el entrenador, y a sus rescatadores a una muerte cierta.
El relato de una tragedia que no lo fue
La historia cuenta con todos los componentes que hacen del relato de las tragedias algo que, desde que el mundo es mundo, reúne al ser humano en torno a la hoguera.
Por un lado, un hecho que desestructura el cotidiano orden social. Unos jóvenes que, en contra de la lógica, se internan sin permiso de sus padres en una cueva. La imprudencia de un grupo y líder que, desoyendo el pronóstico meteorológico, entran en esa especie de averno en el que quedan atrapados. Nótese cómo el augur (en este caso las previsiones meteorológicas) entran por primera vez en escena.
Por otro lado, las víctimas, los propios jóvenes y sus familias, sometidos unos a una situación delicadísima, y los otros a una incertidumbre desesperante ¿Cómo no empatizar con esta escena? Cualquiera que sea padre automáticamente alineará sus neuronas espejo con el relato.
Sumemos a los héroes. Sin duda los equipos de rescate y los voluntarios y, entre ellos, el rescatador, Saman, que fallece ahogado en el interior de la cueva tras darle el aire de una de sus botellas a los jóvenes atrapados para enriquecer el aire enrarecido de la cueva, según publican distintos medios ¡Qué mayor acto de entrega! Una buena historia requiere de alguna víctima mortal que entrega su vida por salvar a la comunidad y coadyuvar a la reestructuración del orden social.
Y Tailandia como país, un Estado que reúne en torno a una causa común a todos sus ciudadanos y a la Comunidad Internacional, al punto de que Google sepulte todo lo que de negativo sabíamos sobre su historia reciente. Magnífica operación de Marca-país. Qué mejor programa de buenas noticias para lograr llevarse las malas noticias más allá de la segunda página de Google.
El antihéroe
Toda historia precisa un culpable. Me debato aquí entre el entrenador y El Monzón. El muñidor de la historia, con buen criterio, decidió que, dentro de la cueva, conservar la salud de los jóvenes necesitaba de una referencia fuerte que les sustentara como grupo. Así, hizo todo lo posible por, de momento, aplazar el debate sobre el papel del entrenador. No parecía muy de sentido común sembrar la polémica entre las familias y el entrenador y que esto restara, dentro de la cueva, unidad al grupo. Al fin y a la postre podía ser difícil evitar que las valoraciones negativas acabaran por llegar a los jóvenes y a quien estaba a cargo de ellos y minaran la integridad del grupo. Les necesitaban unidos y motivados como grupo para enseñarles a «subir un ocho mil» sin tan siquiera saber nadar. Es por ello que pocos fueron los medios de comunicación que se atrevieron a apostar por esta línea de relato. Muy probablemente las autoridades trabajaron este aspecto para neutralizar el riesgo, no sólo con los medios, sino con las familias a través de los equipos psico sociales, y de unas oportunas notas que se intercambiaron entre los familiares y el entrenador, que fueron hechas públicas el 7 de julio. En ellas, los familiares le daban ánimo y le decían que no se culpabilizase de lo sucedido, y el entrenador se disculpaba y prometía cuidar de los niños hasta el final, un gesto que terminó por conmover a un país cuya cultura valora mucho la compasión. Además, la estrategia del gobierno era mantener al país unido apoyando una causa, la del rescate, sin polémicas que desviaran la atención y pudieran abrir fisuras a otros aspectos de a la realidad de algunos miembros del equipo no tan positivas, como veremos más adelante.
Convertido el entrenador en un segundo héroe, ¿qué mejor que una fuerza de la naturaleza incontrolada y casi imprevisible para hacer de villano? Salvo por el augur (servicio de meteorología), que podía revelar el límite temporal de actuación.
La hora límite estaba marcada. El fin de semana iban a llegar las lluvias monzónicas de nuevo y había que ser rápido. El mundo entero había conformado un grupo de héroes. Por supuesto suficientes héroes nacionales para garantizar el orgullo patrio, pero, junto a ellos, los mejores especialistas en espeleobuceo venidos del mundo entero. 90 buceadores. 40 tailandeses y el resto extranjeros, entre ellos un español. Un hecho que permitió sumar a nuestra Casa Real a los agradecimientos.
Hemos visto cómo referencias cinematográficas de la cultura main stream eran tomadas como inspiración. Cómo no acordarse de la película Armageddon, y cómo no recordar el magnífico espectáculo mediático retransmitido en riguroso directo en el que se convirtió el rescate de los mineros chilenos.
Entonces como ahora en el apoyo se unieron los principales líderes políticos del mundo. Y entonces como ahora la ciencia intentó aportar para la resolución del conflicto. En Chile fue la NASA con el diseño de la cápsula salvavidas y, en este caso, el empresario Elon Musk ofreciendo a sus ingenieros la construcción de un túnel bajo el agua. Todo contra reloj porque, como en toda buena historia, es preciso pelear contra el destino en forma de cuenta atrás.
Y el coro
Hoy en día conformado por el conjunto de una sociedad hiperconectada a través de sus dispositivos móviles compartiendo y comentando, en una suerte de liturgia común, el ritual epopéyico del rescate. Una audiencia planetaria contagiada por una causa común, pendiente de 18 héroes trabajando contra reloj para salvar a los 13 Jabalíes.
Y para finalizar un narrador. En este caso los medios de comunicación como transmisores de un mensaje muñido por parte de las autoridades tailandesas que tuvo su mejor portavoz en el gobernador de la región. Ellos midieron perfectamente cuándo dar o cortar la información. En qué momento se debían ofrecer imágenes de los adolescentes (siempre sin abusar, ninguna del momento del rescate). Cuando, por motivos de seguridad, los medios de comunicación debían ser alejados de la escena para, supuestamente, no interferir con los trabajos. Cómo preparar contenidos específicos para las redes sociales o aportar, pocas, pero reveladoras imágenes de cómo se desarrollaba el rescate. Todo servido de forma cuidadosa y acompasada al desarrollo de las operaciones.
Y al final la apoteosis
Todos vivos. Sanos y salvos con dos kilos menos cada uno, pero, en general, en buen estado. Un rescatador muerto. El héroe necesario en la historia y un país y el globo terráqueo unidos en torno al concepto «humanidad». Las fuerzas del destino habían sido nuevamente vencidas. Tailandia, como ya hiciera tras el trágico tsunami que en 2004 se llevó por delante la vida de 5.400 personas, sale de esta crisis reforzada como país, demostrando una resiliencia y un espíritu colaborativo dignos de admiración. Por no hablar de la profesionalidad de su Marina y de su capacidad para manejar los tiempos y el ritmo de esta historia. Ni siquiera la trágica realidad del entrenador y de tres de sus jugadores, que no son reconocidos por el Gobierno de Tailandia como auténticos ciudadanos por pertenecer a una minoría étnica de derechos restringidos, ha podido empañar esta historia con final feliz.
En unas horas las cámaras se habrán marchado y buscarán ansiosas otra gran tragedia en la que poner foco. La trituradora informativa, que diría nuestra colega Natalia Sara, no tiene piedad.
Así son los dioses desde que el mundo es mundo y nos reunimos cada noche en torno a una hoguera tratando de buscar consuelo para la gran tragedia final. Aquella de la que ninguno de nosotros nos libraremos.
Luis Serrano
Director Área Crisis
LLORENTE & CUENCA
Carmen Gómez Menor
Directora Corporativa
LLORENTE & CUENCA